domingo, 22 de junio de 2014

Apología -casi lingüística- al Puto



Tres son los equipos de futbol de Primera División que hay en Guadalajara, Jalisco, México. Uno de ellos está entre los más populares del país y tienen el temible mote de las Chivas Rayadas del Guadalajara. Su presidente es la versión futbolera del dueño de los Dallas Cowboys de la NFL. El segundo, apenas ascendió a Primera y toma el nombre de la Universidad Autónoma de Guadalajara. Son los Leones Negros. Con ellos, ya son cinco los equipos que tienen mote felino en el máximo circuito: le complementan otros Leones, pero  Esmeraldas o Panzasverdes de León, Guanajuato; los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León; los Jaguares de Chiapas (Chiapsonville, para los que saben de NFL) y por último, pero seguramente más importante que todos los de atrás juntos, los Pumas de la UNAM, siglas que ni siquiera deben ser aclaradas de tan claras que por sí solas son. En fin.

El tercer equipo, que es el que ahora importa, es un muy triste equipo popular por no ganar un título de Liga desde hace cincuentaytantos años. Ah, también es cuna de dos exponentes de nuestro futbol nacional: el capitán Rafael Márquez, que jugó en el Barcelona de Ronaldinho, y el mediocampista de rulos que juega, o casi, en el Bayer Leverkusen, Andrés Guardado. Bueno, está bien, el segundo no es muy exponente que digamos. Eso no importa ahora Este equipito, los Rojinegros del Atlas, con un zorro de mascota, es sobre todo famoso por tatuar en la educadísima afición mexicana un grito de guerra que inicia con una vocal anterior media y que finaliza, con una oclusividad prodigiosa: “Eeeeeeeeeeh…¡¡¡¡PUTO!!!!”

Este jocoso grito de guerra, más corriente que Franklin y Tesla juntos, se usa sólo cuando el portero rival despeja el balón en un saque de meta (o en su defecto, el defensa que lo realice). Menos frecuente es que se use cuando el portero cobra a su favor dentro de su propia área. Detalles mínimos.

De alguna manera el grito saltó, tras unos años, a casi todas las plazas mexicanas donde se juega futbol. Digo ‘casi’ porque en el estadio los Pumas, equipo por demás decente, el grito no se usa. No es que su porra (o barra, como nefastamente se han llamado) sea ejemplo de civismo, espejo de los valores universitarios, no. Para nada. Simplemente, no pasó. Fin. Quizá es por sentirse originales. Da igual, el grito pasó sin mucha resistencia, y con singular alegría, a los partidos de la Selección Nacional, flor y nata de los quintos partidos. Pum.

Creo que el grito se usó por vez primera en el Mundial de Sudáfrica, pero como eran pocos los mexicanos (y, honestamente, pocas ganas de estar contento ofreció ese Mundial), la FIFA, irreprochable máquina de civismo, decencia, honestidad y buenas costumbres, ni se enteró. Pero llegó Brasil 2014. Treinta mil, sí, treinta mil mexicanos invadieron la nación de la samba, del carnaval y de las caipirinhas; treinta mil hijos de Huitzilopochtli, idólatras del pulque y de los tacos, llegaron como Pedro por su casa y bastaron dos partidos para que, cada que el portero de Camerún o el de Brasil tocasen el balón, el funesto grito lastimara los castos oídos de Sepp Blatter, caballero intachable de aires quijotescos.

Los brasileños, un poco emputados por la soberbia actuación de François Memé, no tardaron en copiar el putesco grito. Volaban los putazos por todos lados y, dicen los que estuvieron ahí, que la puta que los parió se sintió desgraciada por ser sustituida ante tanto puto despeje, ante tanto puto grito, en detrimento de la pobre puta parida. Putamadre.

Aquí es cuando llega santa FIFA de los Totoles. Muy digna, en su trono de mierda perlas y rubíes, dijo que sancionaría a los aficionados mexicanos que gritaran semejante grito, por que gritando y gritando, al homosexual andaban desgañitando. Ah, sí, el Santo Oficio Futbolero consideró que el ¡Puto! era homofóbico, lo cual es harto simpático escuchar de quien pretende organizar un Mundial en Rusia, con todo y el putín de Putin, o en un país musulmán, tolerable a putamadre con los homosexuales, como Qatar.

Llegaron, inevitablemente, las quejas y las críticas: que si FIFA impone un candado a la libertad de expresión, que si FIFA es hipócrita y, ante todo, que si es o no es homofóbico frotarle el ¡Puto! al puto portero. En Twitter, lugar de mala muerte, surgió un hashtag harto curioso y nada homofóbico: #TodosSomosPutos. Heterosexuales al servicio de la comunidad. Mexicanos homosexuales salieron a defensa de tan notable grito. Los medios de comunicación, que calificaban de ‘naco’ el ¡Puto!, también enarbolaron la bandera de la libertad, diciendo que el putante grito no era pa’ tanta puteada. Sacaron memes de todos colores y sabores: mi favorito es el de Benedicto XVI.



Pocas personas hicieron un análisis más o menos serio de la situación desde un punto de vista meramente lingüístico, en parte porque a pocos lingüistas les importa el Mundial, creo, y en parte porque qué pinche hueva ser lingüista: suena a monje que no coje. En fin, la cosa va más o menos así: la señora arbitrariedad del signo lingüístico, cosa que nadie debería conocer por este nombre, nos habla de significante y significado. Para no hacer el cuento más largo, quedémonos que el significante es la palabra y el significado es el concepto. El problema con ‘puto’, dentro del dialecto mexicano, es que arrastra una pléyade de significados (con variantes de por medio) en sus cuatro bonitas letras. Desde el evidente y despectivo ‘homosexual’, hasta el expresivo y honesto halago. De “¡Pinche puto!” a “¡Pinche puto, lo lograste!”, hay un putamadral de diferencia.

Cierto es: aullarle al puto portero no entra jamás en la categoría amable, pero tampoco en la categoría homofóbica. He ahí el problema con los registros de un solo significante y muchos significados: el término se hace opaco. La palabra se hace polisémica. ¿Qué le estamos gritando al rival? ¿Homosexual? ¿Afeminado? (Niet, no es lo mismo) ¿Es un insulto que carece de significado evidente, como ‘pendejo’? Hay perfecta conciencia de que el portero no es homosexual (luego entonces, no se insulta a un homosexual) y, al mismo tiempo, está la conciencia de todos los usos para ‘puto’, conceptos que, muchas veces, ni siquiera el hablante mexicano puede explicar. Va un ejemplo: “No seas puto” puede significar, dependiendo del contexto, “No seas miedoso.” o “No seas patán/mala leche/manchado/culero/ojete/boludo/cabrón/nefasto, etc.” Totalmente distinto.

Eso pasa por consultar a gente de la RAE. FIFA no sabe, pero se lo decimos: el español peninsular es diferente, no por mucho, pero sí diferente, al de México. Acá, al sur de la gringada, no decimos ‘¡jolines!’, ni ‘chaval’, por ejemplo. Decimos ‘¡cabrón!’ o ‘¡puta!’, y ‘mocoso’ o ‘escuincle’ o ‘chamaco’. ‘Chaval’ mis aguacates. El hablante, palabra muy fea, manosea la lengua según sus necesidades. Algo pasó, en ayeres menos dichosos pero igual muy divertidos, que ‘puto’ mutó así, nomás, para adquirir esta dimensión. En nuestra realidad, “pinche puto” nos era más cómodo que “gilipollas”, “la concha de tu madre” o “sos un pelotudo”.

Por otro lado, el homosexual en México es tan libre como en cualquier otro país más o menos decente del que se tenga registro. No somos un ejemplo, pero tampoco somos Arabia Saudita. En la capital mexicana, la fermosa y fementida (?) capital, los homosexuales se casan y adoptan a placer. El concepto persiste como insulto por la misma razón por la que ‘gordo’, ‘cuatro ojos’ o ‘dientudo’ lo son. No más, no menos. Ser homofóbico, en México y en el mundo, no depende de una palabra (menos cuando está en un contexto de muchos otros insultos más gruesos contra los jugadores del mismo equipo), sino de una actitud. Es algo que debe entender Blatter. Señor, deje se vender su culo como todos los de su especie (esto, por ejemplo, sí puede ser homofóbico) y atienda cosas más serias como las dichas ya arriba y que tienen que ver con Qatar.

Mientras tanto, dicen que, en el partido contra Croacia, los educados mexicanos gritarán ¡Pepsi! a modo de protesta y contrariando a doña Coca Cola. Posiblemente a FIFA le arda por donde no le pega el sol… las axilas, digo yo. Ojalá. Amarrar la lengua es una reverenda tontería. Un tal Probo, por la época del Imperio Romano, lo intentó. ¿Que qué pasó? Nada, el latín se hizo más vulgar que nunca y nació el español antiguo, el del Çid. Adivinen qué pasó luego.

Yo me despido. Larga vida al puto ¡Puto! Y a Pluto.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Tweet this!