Tres son los equipos de futbol de Primera
División que hay en Guadalajara, Jalisco, México. Uno de ellos está entre los
más populares del país y tienen el temible mote de las Chivas Rayadas del
Guadalajara. Su presidente es la versión futbolera del dueño de los Dallas Cowboys de la
NFL. El segundo, apenas ascendió a Primera
y toma el nombre de la Universidad Autónoma
de Guadalajara. Son los Leones Negros. Con ellos, ya son cinco los equipos que
tienen mote felino en el máximo circuito: le complementan otros Leones,
pero Esmeraldas o Panzasverdes de León,
Guanajuato; los Tigres de la Universidad
Autónoma de Nuevo León; los Jaguares de Chiapas
(Chiapsonville, para los que saben de NFL) y por último, pero seguramente más
importante que todos los de atrás juntos, los Pumas de la UNAM, siglas que ni siquiera
deben ser aclaradas de tan claras que por sí solas son. En fin.
El tercer equipo, que es el que ahora importa,
es un muy triste equipo popular por no ganar un título de Liga desde hace
cincuentaytantos años. Ah, también es cuna de dos exponentes de nuestro futbol
nacional: el capitán Rafael Márquez, que jugó en el Barcelona de Ronaldinho, y
el mediocampista de rulos que juega, o casi, en el Bayer Leverkusen, Andrés
Guardado. Bueno, está bien, el segundo no es muy exponente que digamos. Eso no
importa ahora Este equipito, los Rojinegros del Atlas, con un zorro de mascota,
es sobre todo famoso por tatuar en la educadísima afición mexicana un grito de
guerra que inicia con una vocal anterior media y que finaliza, con una
oclusividad prodigiosa: “Eeeeeeeeeeh…¡¡¡¡PUTO!!!!”
Este jocoso grito de guerra, más corriente que
Franklin y Tesla juntos, se usa sólo cuando el portero rival despeja el balón
en un saque de meta (o en su defecto, el defensa que lo realice). Menos
frecuente es que se use cuando el portero cobra a su favor dentro de su propia
área. Detalles mínimos.
De alguna manera el grito saltó, tras unos
años, a casi todas las plazas mexicanas donde se juega futbol. Digo ‘casi’
porque en el estadio los Pumas, equipo por demás decente, el grito no se usa.
No es que su porra (o barra, como nefastamente se han llamado) sea ejemplo de
civismo, espejo de los valores universitarios, no. Para nada. Simplemente, no
pasó. Fin. Quizá es por sentirse originales. Da igual, el grito pasó sin mucha
resistencia, y con singular alegría, a los partidos de la Selección Nacional,
flor y nata de los quintos partidos. Pum.
Creo que el grito se usó por vez primera en el
Mundial de Sudáfrica, pero como eran pocos los mexicanos (y, honestamente,
pocas ganas de estar contento ofreció ese Mundial), la FIFA, irreprochable máquina
de civismo, decencia, honestidad y buenas costumbres, ni se enteró. Pero llegó
Brasil 2014. Treinta mil, sí, treinta mil mexicanos invadieron la nación de la
samba, del carnaval y de las caipirinhas;
treinta mil hijos de Huitzilopochtli, idólatras del pulque y de los tacos,
llegaron como Pedro por su casa y bastaron dos partidos para que, cada que el
portero de Camerún o el de Brasil tocasen el balón, el funesto grito lastimara
los castos oídos de Sepp Blatter, caballero intachable de aires quijotescos.
Los brasileños, un poco emputados por la
soberbia actuación de François Memé, no tardaron en copiar el putesco grito.
Volaban los putazos por todos lados y, dicen los que estuvieron ahí, que la
puta que los parió se sintió desgraciada por ser sustituida ante tanto puto
despeje, ante tanto puto grito, en detrimento de la pobre puta parida.
Putamadre.
Aquí es cuando llega santa FIFA de los Totoles.
Muy digna, en su trono de mierda perlas y rubíes, dijo que sancionaría a
los aficionados mexicanos que gritaran semejante grito, por que gritando y
gritando, al homosexual andaban desgañitando. Ah, sí, el Santo Oficio Futbolero
consideró que el ¡Puto! era homofóbico, lo cual es harto simpático escuchar de
quien pretende organizar un Mundial en Rusia, con todo y el putín de Putin, o
en un país musulmán, tolerable a putamadre con los homosexuales, como Qatar.
Llegaron, inevitablemente, las quejas y las
críticas: que si FIFA impone un candado a la libertad de expresión, que si FIFA
es hipócrita y, ante todo, que si es o no es homofóbico frotarle el ¡Puto! al
puto portero. En Twitter, lugar de mala muerte, surgió un hashtag harto curioso
y nada homofóbico: #TodosSomosPutos. Heterosexuales al servicio de la
comunidad. Mexicanos homosexuales salieron a defensa de tan notable grito. Los
medios de comunicación, que calificaban de ‘naco’ el ¡Puto!, también
enarbolaron la bandera de la libertad, diciendo que el putante grito no era pa’
tanta puteada. Sacaron memes de todos colores y sabores: mi favorito es el de
Benedicto XVI.
Pocas personas hicieron un análisis más o menos
serio de la situación desde un punto de vista meramente lingüístico, en parte
porque a pocos lingüistas les importa el Mundial, creo, y en parte porque qué
pinche hueva ser lingüista: suena a monje que no coje. En fin, la cosa va más o
menos así: la señora arbitrariedad del signo lingüístico, cosa que nadie
debería conocer por este nombre, nos habla de significante y significado.
Para no hacer el cuento más largo, quedémonos que el significante es la palabra y el significado es el concepto. El problema con ‘puto’, dentro
del dialecto mexicano, es que arrastra una pléyade de significados (con
variantes de por medio) en sus cuatro bonitas letras. Desde el evidente y
despectivo ‘homosexual’, hasta el expresivo y honesto halago. De “¡Pinche puto!”
a “¡Pinche puto, lo lograste!”, hay un putamadral de diferencia.
Cierto es: aullarle al puto portero no entra
jamás en la categoría amable, pero tampoco en la categoría homofóbica. He ahí
el problema con los registros de un solo significante y muchos significados: el
término se hace opaco. La palabra se hace polisémica. ¿Qué le estamos gritando
al rival? ¿Homosexual? ¿Afeminado? (Niet,
no es lo mismo) ¿Es un insulto que carece de significado evidente, como
‘pendejo’? Hay perfecta conciencia de que el portero no es homosexual (luego entonces, no se insulta a un homosexual) y,
al mismo tiempo, está la conciencia de todos los usos para ‘puto’, conceptos
que, muchas veces, ni siquiera el hablante mexicano puede explicar. Va un
ejemplo: “No seas puto” puede significar, dependiendo del contexto, “No seas
miedoso.” o “No seas patán/mala
leche/manchado/culero/ojete/boludo/cabrón/nefasto, etc.” Totalmente distinto.
Eso pasa por consultar a gente de la
RAE. FIFA no sabe, pero se lo decimos: el
español peninsular es diferente, no por mucho, pero sí diferente, al de México.
Acá, al sur de la gringada, no decimos ‘¡jolines!’, ni ‘chaval’, por ejemplo.
Decimos ‘¡cabrón!’ o ‘¡puta!’, y ‘mocoso’ o ‘escuincle’ o ‘chamaco’. ‘Chaval’
mis aguacates. El hablante, palabra muy fea, manosea la lengua según sus
necesidades. Algo pasó, en ayeres menos dichosos pero igual muy divertidos, que
‘puto’ mutó así, nomás, para adquirir esta dimensión. En nuestra realidad,
“pinche puto” nos era más cómodo que “gilipollas”, “la concha de tu madre” o
“sos un pelotudo”.
Por otro lado, el homosexual en México es tan
libre como en cualquier otro país más o menos decente del que se tenga
registro. No somos un ejemplo, pero tampoco somos Arabia Saudita. En la capital
mexicana, la fermosa y fementida (?) capital, los homosexuales se casan y adoptan a
placer. El concepto persiste como insulto por la misma razón por la que ‘gordo’,
‘cuatro ojos’ o ‘dientudo’ lo son. No más, no menos. Ser homofóbico, en México
y en el mundo, no depende de una palabra (menos cuando está en un contexto de
muchos otros insultos más gruesos contra los jugadores del mismo equipo), sino
de una actitud. Es algo que debe
entender Blatter. Señor, deje se vender su culo como todos los de su especie
(esto, por ejemplo, sí puede ser homofóbico) y atienda cosas más serias como
las dichas ya arriba y que tienen que ver con Qatar.
Mientras tanto, dicen que, en el partido contra
Croacia, los educados mexicanos gritarán ¡Pepsi! a modo de protesta y
contrariando a doña Coca Cola. Posiblemente a FIFA le arda por donde no le pega
el sol… las axilas, digo yo. Ojalá. Amarrar la lengua es una reverenda
tontería. Un tal Probo, por la época del Imperio Romano, lo intentó. ¿Que qué
pasó? Nada, el latín se hizo más vulgar que nunca y nació el español antiguo,
el del Çid. Adivinen qué pasó luego.
Yo me despido. Larga vida al puto ¡Puto! Y a
Pluto.
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